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El apego es un vínculo afectivo profundo y duradero que se forma entre un niño y su cuidador principal, y cuya función esencial es proporcionar seguridad emocional.
El apego es un vínculo afectivo profundo y duradero que se forma entre un niño y su cuidador principal, y cuya función esencial es proporcionar seguridad emocional. Este lazo, que se desarrolla desde los primeros meses de vida, no solo influye en la forma en que los niños exploran el mundo, sino también en cómo se relacionarán con los demás a lo largo de su vida.
La teoría del apego, desarrollada por John Bowlby, postula que esta conexión temprana influye significativamente en la manera en que una persona construye su identidad, regula sus emociones y forma relaciones en la adultez.
El apego cumple una función adaptativa esencial: permite al niño usar a su cuidador como una “base segura” desde la cual explorar el entorno y regresar en busca de consuelo cuando se siente amenazado o estresado. Las experiencias repetidas con el cuidador generan modelos internos operantes, es decir, esquemas mentales sobre uno mismo y los demás. Estos modelos influyen en la autoestima, la regulación emocional y la capacidad de establecer vínculos significativos en el futuro.
Un apego seguro se asocia con una mayor capacidad para regular emociones, mayor apertura a nuevas experiencias, relaciones interpersonales saludables y bienestar general. Por el contrario, los estilos de apego inseguros pueden dificultar el manejo del estrés, la expresión emocional y la calidad de las relaciones en la adolescencia y adultez. Estos efectos pueden mantenerse a lo largo de la vida si no se abordan adecuadamente a través de la reflexión, el autoconocimiento o intervenciones terapéuticas.
Según la teoría de Bowlby, se identifican cuatro principales tipos de apego. Estos son:
Se observa en niños que se sienten confiados en el cariño, la disponibilidad y la protección del cuidador, debido a que la respuesta de este ha sido estable y continua en el tiempo. Estos niños expresan su malestar de forma directa y buscan la cercanía del cuidador para regularse emocionalmente. Una vez calmados, retoman la exploración y el juego con naturalidad.
En la adultez, las personas con apego seguro se caracterizan por tener una autoestima saludable, apertura emocional y capacidad para establecer relaciones estables. Valoran la intimidad sin temor al rechazo, poseen estrategias efectivas de afrontamiento y confían tanto en sí mismas como en los demás.
Se manifiesta en niños que minimizan la expresión de emociones debido a experiencias en las que sus necesidades emocionales no fueron atendidas o fueron rechazadas. Tienden a evitar el contacto físico, buscan calmarse por sí mismos y pueden parecer excesivamente independientes para su edad. A menudo, sus cuidadores fomentaron la autonomía de forma precoz o desestimaron sus necesidades afectivas.
En la adultez, puede expresarse de dos formas: como apego evitativo-alejado o evitativo-temeroso. El primero se asocia con una alta valoración de la autosuficiencia, dificultades para establecer intimidad y una aparente desconexión emocional. El segundo combina el deseo de cercanía con el temor al rechazo, provocando relaciones inestables, evitación afectiva y un autoconcepto negativo. Ambos estilos se asocian con aislamiento emocional, perfeccionismo y mayor riesgo de dificultades en la salud mental.
Los niños con este estilo de apego tienden a vivir experiencias contradictorias con sus cuidadores: a veces reciben afecto y otras veces rechazo o respuestas erráticas. Esto les genera ansiedad e incertidumbre frente a la disponibilidad del adulto, lo que se traduce en conductas intensas de búsqueda de atención y dificultad para calmarse incluso después de haber recibido consuelo. Pueden mostrarse resistentes a ser consolados y tener dificultades para separarse del cuidador.
En la adultez, estas personas suelen tener una necesidad constante de aprobación y temor al abandono. Se caracterizan por relaciones intensas, celos, ansiedad afectiva y baja autoestima. Su comportamiento puede estar marcado por la hipervigilancia, la dependencia emocional y un constante deseo de validación, lo que dificulta el establecimiento de vínculos sanos y estables.
El apego desorganizado suele desarrollarse en contextos marcados por el trauma, la negligencia o el maltrato. El cuidador representa una figura ambivalente: es al mismo tiempo una fuente de protección y de amenaza. Los niños con este estilo de apego presentan conductas contradictorias o desorganizadas, como acercarse al cuidador con miedo, evitar el contacto, mostrarse confundidos o incluso recurrir a conductas autolesivas o agresivas.
En la adultez, estas personas pueden tener serias dificultades para establecer relaciones estables. Pueden experimentar miedo a la intimidad, desregulación emocional y patrones vinculares caóticos. Aunque buscan cercanía, también la temen, lo que genera un conflicto interno que se refleja en relaciones tensas, malestar persistente y una sensación crónica de inseguridad afectiva.
El apego se desarrolla en función de múltiples factores, entre ellos:
El apego cumple una función central en la adquisición de estrategias de autorregulación emocional. A través del vínculo con el cuidador, el niño aprende a reconocer, expresar y gestionar sus emociones. En el contexto de un apego seguro, el cuidador actúa como un regulador externo que ofrece contención y ayuda a procesar experiencias difíciles, facilitando el desarrollo de recursos internos de regulación emocional.
En cambio, los estilos de apego inseguros limitan esta capacidad. En el apego evitativo, se favorece la supresión emocional; en el ambivalente, la sobreactivación y dependencia emocional; y en el desorganizado, puede haber una profunda desregulación afectiva y confusión frente a los propios estados emocionales. Estas dinámicas pueden repercutir negativamente en la salud emocional y en la calidad de vida.
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Garrido-Rojas, L. (s.f.). Apego, emoción y regulación emocional.
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