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Los ansiolíticos son medicamentos psicotrópicos que reducen la ansiedad y promueven la calma actuando sobre el sistema nervioso central. Su uso, cada vez más extendido, requiere control médico debido al riesgo de dependencia y efectos adversos.

Los ansiolíticos son medicamentos psicotrópicos diseñados para disminuir los síntomas de la ansiedad, la tensión y el miedo, actuando principalmente sobre el sistema nervioso central. En las últimas décadas, su uso se ha extendido notablemente en todo el mundo, especialmente en España y América Latina, donde el consumo ha aumentado más del 50% en los últimos veinte años.
Los ansiolíticos son fármacos que reducen la ansiedad y promueven la relajación sin inducir una sedación profunda. Su acción principal consiste en potenciar la actividad del neurotransmisor ácido gamma-aminobutírico (GABA), que inhibe la excitación neuronal y genera un efecto calmante.
Dentro del grupo de ansiolíticos, las benzodiacepinas son las más utilizadas, aunque existen alternativas no benzodiacepínicas como la buspirona. Estos medicamentos se prescriben principalmente para tratar trastornos de ansiedad generalizada, ataques de pánico, insomnio o estrés agudo, pero también se emplean de forma adyuvante en otros cuadros clínicos.
Los ansiolíticos se clasifican principalmente por su mecanismo de acción o por su duración de efecto.
Esta clasificación es clave, ya que determina la duración del efecto, la intensidad de la sedación y el riesgo de dependencia.
Los ansiolíticos actúan en el sistema límbico, una región cerebral vinculada con las emociones. Al unirse a los receptores del GABA, incrementan la entrada de iones cloruro en la neurona, reduciendo su excitabilidad. Este mecanismo genera una sensación de calma y disminución del miedo o la tensión.
Sin embargo, cuando se usan durante periodos prolongados, pueden alterar la plasticidad neuronal y generar tolerancia y dependencia, haciendo que el paciente necesite dosis mayores para lograr el mismo efecto.
Los ansiolíticos son útiles en diversas condiciones clínicas, entre ellas:
Su uso debe ser cuidadosamente controlado y limitado en el tiempo, especialmente en personas mayores o con antecedentes de abuso de sustancias.
Aunque son fármacos eficaces, los ansiolíticos presentan efectos secundarios que pueden comprometer la seguridad del paciente:
El riesgo de adicción es especialmente alto en tratamientos prolongados o en dosis superiores a las recomendadas.
Aunque ambos actúan sobre los mismos receptores GABAérgicos, los ansiolíticos buscan reducir la ansiedad sin provocar sueño profundo, mientras que los hipnóticos se emplean específicamente para inducir el sueño. En dosis bajas, las benzodiacepinas son ansiolíticas; en dosis altas, se convierten en hipnóticas.
En España, el consumo de ansiolíticos e hipnóticos aumentó un 46% entre 2000 y 2011. Este incremento se asocia a factores sociales como el estrés laboral, la inseguridad económica y el envejecimiento de la población.
Las mujeres son las principales consumidoras: representan más del 70% de las prescripciones. El fármaco más recetado es lorazepam, seguido de alprazolam y bromazepam.
El abuso de ansiolíticos puede llevar a dependencia, tolerancia y síndrome de abstinencia, caracterizado por insomnio, irritabilidad, temblores y ansiedad intensa.
La suspensión del tratamiento debe hacerse de manera gradual y bajo supervisión médica, para evitar efectos de rebote. La reducción progresiva de la dosis, combinada con terapia psicológica y estrategias de afrontamiento, mejora los resultados a largo plazo.
Entre las alternativas no farmacológicas destacan:
Los ansiolíticos son herramientas terapéuticas valiosas cuando se utilizan correctamente. Sin embargo, su uso indiscriminado y prolongado puede generar efectos adversos importantes, entre ellos la dependencia. La combinación de intervención psicológica, supervisión médica y educación al paciente constituye la mejor estrategia para un uso responsable de estos fármacos.
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