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El trastorno disocial, actualmente conocido como trastorno de conducta, se caracteriza por comportamientos recurrentes que violan los derechos fundamentales de otras personas o las normas sociales esperables para la edad.
El trastorno disocial, actualmente conocido como trastorno de conducta, es una condición de salud mental que se presenta principalmente durante la infancia tardía y la adolescencia temprana. Se caracteriza por comportamientos recurrentes que violan los derechos fundamentales de otras personas o las normas sociales esperables para la edad, generando dificultades significativas en áreas como la escuela, el hogar y las relaciones interpersonales.
Este trastorno tiene una prevalencia estimada cercana al 10% en la población infantil y adolescente, siendo considerablemente más frecuente en varones que en niñas. Su desarrollo suele asociarse a una interacción compleja de factores biológicos, familiares y ambientales, como antecedentes familiares de trastornos psiquiátricos (TDAH, trastornos antisociales, abuso de sustancias), aunque también puede manifestarse en jóvenes provenientes de familias sin aparentes factores de riesgo.
Entre los signos característicos del trastorno disocial destacan comportamientos que reflejan una insensibilidad hacia los sentimientos y derechos de otras personas. Algunos ejemplos comunes son:
Además, es común que perciban erróneamente las acciones de los demás como amenazas, lo que aumenta la intensidad de su respuesta agresiva.
Asimismo, las manifestaciones conductuales suelen diferir según el género: los varones tienden a expresar conductas más físicas o explícitamente agresivas (peleas, vandalismo), mientras que las mujeres muestran comportamientos menos evidentes, tales como mentiras o manipulaciones emocionales. En ambos casos, estos comportamientos afectan negativamente su funcionamiento académico, familiar y social, pudiendo derivar en conflictos severos o exclusión social.
Para diagnosticar el trastorno disocial es fundamental realizar una evaluación clínica completa, que se apoya en los criterios establecidos por el DSM-5. De acuerdo con este manual, el trastorno se diagnostica cuando se identifican al menos tres conductas disruptivas específicas que se manifiestan de manera persistente durante al menos 12 meses, afectando el funcionamiento del niño o adolescente.
La evaluación psiquiátrica también debe considerar la posibilidad de trastornos concomitantes, como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), trastornos del estado de ánimo o trastornos de ansiedad, que a menudo aparecen asociados al trastorno de conducta infantil. Asimismo, es importante evaluar el contexto familiar, escolar y social del menor para descartar que estos comportamientos correspondan a etapas evolutivas normales o respuestas adaptativas a situaciones específicas.
El tratamiento del trastorno disocial suele ser multidimensional, integrando principalmente intervenciones psicoterapéuticas individuales, siendo la terapia cognitivo-conductual una de las más recomendadas. Esta busca modificar patrones distorsionados de pensamiento y conducta mediante técnicas específicas que fomentan el autocontrol, la regulación emocional y el desarrollo de habilidades sociales.
Adicionalmente, los fármacos pueden ser utilizados para tratar trastornos o síntomas asociados, aunque no existe una medicación específica para este trastorno. En casos graves, donde las conductas generan un alto riesgo para la persona o su entorno, es posible considerar la institucionalización temporal en centros residenciales especializados, donde los jóvenes reciben supervisión continua y una intervención terapéutica más estructurada.
El término trastorno disocial ha sido actualizado y actualmente se denomina de manera oficial como trastorno de conducta, siguiendo los criterios diagnósticos del DSM-5. Este cambio tiene por objetivo simplificar y unificar la terminología clínica, facilitando la comunicación entre profesionales y evitando confusiones que puedan afectar la comprensión diagnóstica.
Este ajuste terminológico permite también una mejor comprensión y abordaje del trastorno de conducta desde una perspectiva clínica más precisa y menos estigmatizante, contribuyendo a facilitar la investigación científica y promover una atención más efectiva y coherente a nivel internacional.
Asociación Estadounidense de Psiquiatría (2013). Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (5.ª ed.). https://doi.org/10.1176/appi.books.9780890425596
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