Ps. María José Jeldres
Psicóloga, Universidad Miguel de Cervantes.
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El cierre de año suele tensionar los procesos terapéuticos, tanto para consultantes como para profesionales. En esta columna de opinión, la psicóloga y embajadora de ADIPA, María José Jeldres, reflexiona sobre el cierre de procesos terapéuticos en diciembre como una intervención clínica en sí misma, abordando criterios éticos, riesgos frecuentes y buenas prácticas para resguardar el bienestar del consultante y del terapeuta, sin reducir el cierre a una decisión administrativa o de calendario.

El cierre de año es un momento particularmente sensible en la práctica clínica. Diciembre no solo marca un hito temporal, sino que suele activar evaluaciones internas, balances emocionales y expectativas tanto en consultantes como en terapeutas. En este contexto, muchos profesionales se enfrentan a decisiones complejas: qué procesos cerrar, cuáles continuar, cómo comunicarlo y cómo resguardar el bienestar del consultante sin descuidar el propio.
Cerrar un proceso terapéutico no es un acto administrativo. Es una intervención clínica en sí misma, que requiere criterio, lectura del momento vital del consultante y un encuadre claro que sostenga el proceso. Tal como ha sido ampliamente desarrollado en la literatura sobre alianza terapéutica, la forma en que se transitan los cierres puede fortalecer o debilitar la experiencia global del proceso terapéutico (Bordin, 1979; Norcross & Wampold, 2021).
Un cierre terapéutico puede considerarse adecuado cuando se observan algunos de los siguientes indicadores:
Cerrar no implica que “todo esté resuelto”, sino que el consultante se encuentra en condiciones de sostenerse sin la terapia como apoyo principal, al menos en ese momento de su vida. Desde una perspectiva ética, esto supone evaluar el beneficio real de continuar versus promover autonomía y consolidación de recursos (American Psychological Association, 2023).
Así como existen indicadores de cierre, también hay señales claras de que no es clínicamente recomendable terminar el proceso, especialmente en el contexto de fin de año:
En estos casos, forzar un cierre por razones de calendario puede ser vivido como abandono y aumentar el riesgo clínico, particularmente en consultantes con historias de apego inseguro o experiencias previas de pérdida.
La comunicación del cierre es tan relevante como la decisión misma. Idealmente:
Un buen cierre no desaparece: se trabaja y se elabora. Nombrar el proceso, reconocer lo construido y validar las emociones asociadas al término permite que el cierre sea vivido como integración y no como una ruptura desorganizante. La literatura sobre rupturas y reparaciones terapéuticas subraya la importancia de estos momentos como instancias clínicas de alto valor (Safran & Muran, 2017).
El cierre de año puede intensificar ciertos riesgos:
Por ello, resulta fundamental evaluar cuidadosamente el momento del cierre y, cuando corresponde, priorizar la continuidad del proceso por sobre el orden administrativo del calendario.
En consultantes con alta sensibilidad emocional o fuerte apego al vínculo terapéutico, diciembre suele ser un mes especialmente movilizador. En estos casos, puede ser clínicamente más adecuado:
El objetivo no es evitar el cierre indefinidamente, sino resguardar la estabilidad emocional y el sentido de continuidad interna del consultante, evitando vivencias de abandono.
El encuadre terapéutico es una de las herramientas centrales para sostener cierres saludables.
Un encuadre claro permite:
Cuando el encuadre ha sido consistente durante la terapia, el cierre suele vivirse como un paso natural del proceso y no como una ruptura abrupta, fortaleciendo la alianza terapéutica incluso en el término.
Cerrar procesos de manera adecuada no solo protege al consultante, sino también al terapeuta. Sostener procesos por culpa, agotamiento o temor al malestar del otro puede generar desgaste emocional y confusión de roles. La evidencia sobre burnout en profesionales de la salud mental muestra que el autocuidado y los límites claros son factores protectores clave (Maslach & Leiter, 2016).
Cuidar el encuadre y los cierres es, por tanto, una forma de autocuidado profesional, especialmente en una época del año donde el cansancio acumulado suele hacerse más evidente
Reflexión final
Cerrar un proceso terapéutico es un acto clínico profundo. No se trata de terminar, sino de integrar, de dar sentido a lo trabajado y de acompañar al consultante en el tránsito hacia mayor autonomía. En tiempos de cierre de año, sostener estos procesos con criterio, sensibilidad y encuadre claro es una responsabilidad ética y clínica que protege a ambas partes del vínculo terapéutico
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