Sofía Fuentealba
Content writer and email marketing analyst
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En la era postpandemia y digital, el teléfono móvil se ha convertido en una extensión omnipresente de nuestra vida cotidiana. Su uso intensivo, si bien ofrece inmediatez y conectividad, ha desatado fenómenos clínicos que guardan similitudes con las adicciones químicas. Esta hiperconectividad ha dado lugar a la adicción al celular, un trastorno comportamental que impacta desde la esfera individual hasta la social, y cuya comprensión es esencial para la intervención en poblaciones infantojuveniles y adultas de riesgo.
En este artículo exploraremos qué es, cuáles son sus síntomas y quiénes son más vulnerables a desarrollarla.
La adicción al celular es un trastorno comportamental en el que el uso excesivo e incontrolable del teléfono móvil genera efectos paralelos a los de una adicción química. Su desarrollo se ha visto potenciado por las dinámicas de conexión permanente surgidas tras la pandemia, donde el dispositivo se convierte en un refugio para el alivio del estrés y la soledad.
La adicción al celular se define como un patrón persistente de uso compulsivo del dispositivo que interfiere significativamente en el ámbito académico, laboral, social y familiar. Clínicamente se cataloga dentro de las adicciones comportamentales, pues incluye fenómenos de tolerancia, abstinencia y pérdida de control similares a los observados en sustancias adictivas.
Aunque la denominación varía —algunos la llaman “dependencia al teléfono móvil”, mientras que otros la describen como “uso problemático del smartphone”— el núcleo del trastorno es el mismo: un impulso reiterado de interactuar con el teléfono para regular emociones y obtener gratificación inmediata. Este mecanismo de refuerzo, al repetirse, consolida un ciclo de urgencia-recompensa que sustenta la adicción.
Quienes la padecen experimentan malestar intenso cuando se ven privados del equipo; la interrupción del uso genera ansiedad y disminución de concentración, con alivio inmediato al retomar la interacción. Así, el usuario aumenta progresivamente el tiempo de pantalla para conseguir el mismo nivel de satisfacción, confirmando la existencia de tolerancia.
Esta conceptualización incluye también la obsesión al celular como un subtipo: el pensamiento excesivo sobre el dispositivo y la anticipación de su uso se convierten en el eje central de la vida diaria, relegando actividades y relaciones presenciales.
La nomofobia surge como un fenómeno asociado: el miedo a estar sin teléfono. Qué es la nomofobia resulta esencial para diferenciarla de la adicción estricta; en este caso, el núcleo patológico es el terror a la desconexión, más que la gratificación por el uso.
Desde su origen etimológico—no mobilephone phobia— la nomofobia engloba:
Estudios indican que esta fobia afecta a más de la mitad de los usuarios en algunos países, trascendiendo la mera incomodidad y entrando en la esfera del estrés agudo.
Clínicamente, la nomofobia comparte con la adicción al celular el patrón de abstinencia, pues al privar a la persona de su teléfono, aparecen palpitaciones, sudoración y un marcado deterioro de la atención. Sin embargo, su tratamiento puede centrarse más en la exposición gradual a la desconexión y en estrategias de afrontamiento ante el miedo a la soledad.
Ambos trastornos suelen coexistir y reforzarse mutuamente; la dependencia al uso perpetúa el temor a la desconexión, y viceversa, dificultando la recuperación de hábitos tecnológicos saludables.
Entre los principales síntomas de adicción al celular, podemos encontrar:
Tipo | Descripción |
Físicos |
|
Psicológicos |
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Conductuales |
|
Dependencia y abstinencia |
|
En las relaciones interpersonales, el celular desplaza la interacción cara a cara, reduciendo la empatía y la calidad de la comunicación. Las familias y círculos sociales perciben al usuario como distante o ausente, provocando conflictos y aislándolo.
En el ámbito académico y laboral, se observa una merma sostenida en el desempeño. La atención fragmentada por las constantes interrupciones digitales conlleva errores, retrasos y sanciones formales o académicas.
A nivel psicológico, depende de la validación externa: la necesidad de “likes” y mensajes refuerza la autoestima de forma transitoria, pero al faltar la respuesta social inmediata, aumenta la insatisfacción y el malestar.
Además, existen riesgos de accidentes por distracción (al volante o en maquinaria), incrementando la probabilidad de siniestros y lesiones, y generando un ciclo de culpa y más uso del celular como distracción de la ansiedad subsiguiente.
Para el diagnóstico, se emplean instrumentos validados como el Test de Dependencia al Celular de Chóliz, la Mobile Phone Problem Use Scale (MPPUS) y el Cuestionario de Experiencias Relacionadas con el Móvil (CERM), que miden dimensiones de tolerancia, abstinencia, control de impulsos y consecuencias negativas en diferentes áreas de la vida.
Un puntaje elevado en tolerancia/abstinencia obliga a prolongar la actividad digital para mantener el mismo nivel de alivio, mientras que altos resultados en la subescala de abuso/impulso reflejan chequeos compulsivos y dificultad para resistir la tentación de desbloquear el equipo.
La entrevista clínica complementa estos datos, evaluando la intensidad del malestar emocional al privarse del celular y la percepción del usuario sobre su incapacidad de autorregularse.
Combinar ambas herramientas permite diseñar un plan terapéutico que integre reestructuración cognitiva, técnicas de manejo de impulsos y exposiciones graduales a la desconexión.
Los adolescentes y jóvenes adultos (14–25 años) presentan riesgo elevado, dada su fase de exploración identitaria y alta demanda social de conectividad, donde el celular cumple un rol de estatus y vínculo emocional.
La baja autoestima actúa como factor predisponente: quienes perciben carencias personales buscan en el dispositivo una fuente de validación y escape, reforzando el ciclo adictivo cada vez que reciben un mensaje o reacción positiva.
Rasgos de personalidad como neuroticismo e impulsividad se correlacionan con mayor propensión al uso problemático, mientras que la afabilidad elevada puede también intensificar la necesidad de relaciones virtuales continuas.
En ámbitos con alto poder adquisitivo y fácil acceso a tecnología, la disponibilidad constante del teléfono móvil y la presión de estatus aumentan la exposición y el riesgo de desarrollar patrones adictivos.
La adicción al celular se configura como un trastorno comportamental de alta prevalencia en la era digital, con manifestaciones y mecanismos de refuerzo semejantes a otras adicciones no químicas. Su vínculo con la nomofobia refuerza la urgencia de abordar tanto el miedo a la desconexión como la dependencia al uso, pues ambos fenómenos se retroalimentan y agravan el malestar psicológico y funcional de quienes los padecen.
El diagnóstico temprano, sustentado en herramientas validadas (MPPUS, CERM, MPAI, Test de Dependencia al Celular de Chóliz), permite identificar patrones de tolerancia, abstinencia y pérdida de control antes de que las consecuencias —en el ámbito académico, laboral, familiar y personal— se tornen graves. Asimismo, la evaluación de factores de riesgo como la baja autoestima, rasgos de impulsividad y la edad adolescente facilita la prevención dirigida en población vulnerable.
Las intervenciones efectivas combinan reestructuración cognitiva, técnicas de manejo de impulsos y exposiciones graduales a la desconexión, con un enfoque psicosocial que fortalezca las habilidades de autorregulación y promueva un uso equilibrado del dispositivo. Sólo así será posible restablecer hábitos tecnológicos saludables y recuperar la calidad de vida y las relaciones que este trastorno puede comprometer.
Pérez, E. J. P., Monje, M. T. R., & De León, J. M. R. S. (2012). Adicción o abuso del teléfono móvil. Revisión de la literatura. Adicciones, 24(2), 139-152.
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