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El último libro del psiquiatra explora la cuestión del apego y nuestra dependencia a relacionarnos con las demás personas, uno de los pilares de nuestra supervivencia como especie, junto al alimento y la sexualidad.
“Nuestra necesidad de estar significativamente conectados con otros seres humanos es irrefutable”. Así lo defiende el psiquiatra, psicoterapeuta, psicoanalítico y grupo-analista Arturo Ezquerro. Acaba de publicar su último libro, Apego y desarrollo a lo largo de la vida: el poder del apego grupal (Editorial Sentir), en el que profundiza en esta cuestión claramente intrínseca a nosotros. Ha sido declarado de interés social por el Ministerio de Cultura y Deporte.
Además, aprovecha su amplio bagaje en el campo de la psiquiatría para valorar cuestiones de actualidad como la hormonación en personas trans y el impacto de los estrepitosos avances de las nuevas tecnologías. Ezquerro es profesor en el Institute of Group Analysis de Londres y fue el primer español en conseguir una Jefatura de Servicios Públicos de Psicoterapia en Reino Unido.
La función primigenia del apego humano es la supervivencia, tanto física como psíquica, en su dimensión individual y a nivel de grupo o especie. El instinto de supervivencia está indeleblemente marcado en nuestro ADN y, por ende, puede considerarse el determinante clave que llevó a estudiar la naturaleza del apego. Algo similar ocurre con el alimento y la sexualidad que, junto con el apego, constituyen los tres pilares fundamentales de la existencia y la supervivencia del ser humano. Si falla uno de estos tres cimientos, la vida se resquebraja y la muerte (o la extinción) se acelera.
El apego está profundamente arraigado en la biología evolutiva. En realidad, cuando surgió el género Homo, hace más de dos millones y medio de años, el apego ya existía en todas las especies de mamíferos. En las aves, puede observarse un fenómeno con algunas características similares al apego, que dentro de la zoología y la etología se conoce como impronta. Sin embargo, ésta tiene un período más breve de receptividad y no alcanza la profundidad del vínculo de apego.
“Cuando surgió el Homo, hace más de dos millones de años, el apego ya existía en todas las especies de mamíferos”
El estudio de algunas manifestaciones del apego, como la formación de vínculos afectivos o la necesidad de cercanía en situaciones de peligro o malestar, ha estado presente desde los orígenes de la psiquiatría y la psicología. Sin embargo, con anterioridad a John Bowlby, psicoanalista, psiquiatra y psicólogo y británico), se pensaba que el apego era secundario al alimento o a la sexualidad. Fue la primera persona en formular que el apego es un sustrato instintivo primario (se nace con él) y, por lo tanto, independiente de la sexualidad y del alimento, aunque interrelacionado con ambos.
La necesidad de apego, de estar significativamente conectado con otros seres humanos, es irrefutable. Por lo tanto, en sí mismo, el apego no es ni puede ser una doctrina, aunque algunos doctrinarios quieran apropiarse de este concepto. A nadie se le ocurriría decir que la necesidad de alimento es una doctrina; sin embargo, sí podría considerarse doctrina la prohibición de comer carne de cerdo por parte de algunas religiones. En el caso que nos ocupa, se ha puesto de moda el llamado colecho, una práctica en la que bebés o niños pequeños duermen en la misma cama con la madre, el padre o ambos, algo que varía según culturas o tradiciones. Algunos profesionales han denominado esta práctica crianza con apego, una expresión científicamente errónea. John Bowlby se mostró cauto con ella por los riesgos que comporta, los cuales pueden sobrepasar el beneficio de tal práctica. De hecho, algunos estudios recientes muestran que el colecho puede llegar a quintuplicar las probabilidades de que el bebé fallezca por el llamado “síndrome de la muerte súbita del lactante”. Además, la evidencia cotidiana nos dice que puede haber colecho sin ser correspondido por un apego sano y que, sin duda, existe el apego saludable sin colecho.
“La necesidad de cercanía en situaciones de peligro o malestar, ha existido desde los orígenes de la psiquiatría y psicología”
El apego grupal es La Cenicienta de la teoría del apego. A pesar de que John Bowlby formuló dicho concepto de manera inequívoca en 1969, hasta hace un par de décadas, la bibliografía especializada se ha concentrado casi exclusivamente en el apego interpersonal, sobre todo en el vínculo materno-filial. Ya desde antes de la llamada Revolución Neolítica, cuando la mortalidad materna era elevada, las tareas del cuidado de la prole eran compartidas en gran medida por el grupo, por la tribu. El grupo puede definirse como una estructura social adaptativa al servicio de la supervivencia. La pertenencia, la afiliación y el apego grupal son clave para la adquisición de la identidad y el desarrollo integral de la persona. Estudios recientes sobre el desarrollo psicosocial demuestran que el apego grupal sano enriquece y complementa el apego interpersonal, y da más sentido a la vida.
El apego es universal e inevitable, aunque sus manifestaciones varían según las culturas, experiencias relacionales y el contexto sociopolítico, así como otras circunstancias personales, familiares y transgeneracionales que influyen en cuándo, dónde y cómo se expresan los sentimientos y la conducta de apego. A grandes rasgos, podemos distinguir un apego suficientemente seguro y consistente, que favorece el desarrollo saludable, de un apego inseguro, que requiere mayores esfuerzos para lograr un crecimiento personal equilibrado. Este último tipo de apego se puede subdividir en ansioso-ambivalente, evitativo o desorganizado. A veces se tiene una visión reduccionista y errónea del apego como si fuese solamente la búsqueda de proximidad o cercanía, o como si se tratase de un atributo del que uno se tuviera que desprender después del período de crianza. Esto no se corresponde con la realidad, dado que el apego es necesario durante toda la vida, aunque sus manifestaciones varíen según la etapa del desarrollo. En condiciones óptimas, el apego se autorregula según las circunstancias y las características del entorno.
La naturaleza nos ha diseñado como seres apegados. Es cierto que, con frecuencia, utilizamos el término desapego. Sin embargo, a largo plazo, el desapego completo es imposible: significaría la muerte o el suicidio. A modo de analogía, me gustaría mencionar que uno puede prescindir del alimento, como en el caso de una huelga de hambre, pero sólo durante un tiempo, más allá del cual no es posible sobrevivir. Sí puede haber un desafecto, una ambivalencia, ansiedad o desorganización en los vínculos afectivos y, en algunos casos, formas distantes de conexión (como el apego evitativo).
“La naturaleza nos ha diseñado como seres apegados; a largo plazo, el desapego completo es imposible: significaría la muerte o el suicidio”.
John Bowlby consideraba que el apego a líderes es una forma de apego grupal, porque uno siente una conexión especial con el grupo que apoya a un determinado líder, sea de carácter político, militar, deportivo, religioso o educativo. A modo de ejemplo, y guardando las distancias, le diré que la necesidad de apego grupal en la adolescencia fue muy explotada por el régimen nazi para crear las llamadas juventudes hitlerianas, de trágicas consecuencias. En mi último libro describo algunos de los procesos que dan lugar a este tipo de apego grupal, al que denomino perverso. Deplorablemente, la necesidad innata de pertenencia y de apego grupal sigue siendo explotada por líderes de sectas pseudorreligiosas y otras configuraciones grupales perversas, que lavan el cerebro de los jóvenes (y no tan jóvenes), a menudo con resultados funestos.
En circunstancias tempranas desfavorables o adversas, la tarea del crecimiento personal resulta más ardua. En casos de abuso o maltrato infantil, puede incluso llegarse a lo que se conoce como trauma del desarrollo, en el que algunos aspectos de dicho desarrollo, tanto físico (incluido el cerebral) como emocional y psicosocial han sido arrestados o dañados. Sin embargo, en la mayoría de los casos, esto daño no es irreversible y puede repararse dentro de configuraciones grupales benignas como centros de acogida, familias adoptivas, servicios de psicoterapia e incluso colegios.
“En casos de abuso o maltrato infantil puede llegarse al trauma del desarrollo, aunque estos daños no son irreversibles”
De este modo, el niño o adolescente puede sobreponerse al trauma, construir una personalidad resiliente y afrontar con más confianza los desafíos de las nuevas etapas de la vida. Por supuesto, el crecimiento neuronal es especialmente intenso durante la infancia, sobre todo en los primeros tres o cuatro años, y durante la adolescencia temprana. Con el tiempo, se va perdiendo maleabilidad cerebral y hay una tendencia a seguir la senda adoptada en las primeras etapas; pero el potencial de cambio y el crecimiento personal continúan hasta la vejez.
Como dije antes, el apego es una necesidad básica desde el nacimiento (o incluso antes) hasta la muerte. El sustrato instintivo de apego con el que nacemos se convierte, progresivamente, en un vínculo afectivo y en una relación significativa, profunda y duradera. En las primeras etapas del desarrollo, esta relación de apego tiene unas características de reciprocidad asimétrica. El niño es recipiente de cuidados, de ahí la asimetría, pero a su vez estimula a la madre, el padre o la persona que lo cuida; es decir, se establece una relación de doble recorrido. En las relaciones de apego entre adultos, la reciprocidad es habitualmente simétrica o de un intercambio más horizontal. En ancianos, se reactivan las necesidades de recibir cuidados, sobre todo en aquéllos que no pueden valerse por sí mismos. Sin embargo, las personas mayores pueden transmitir a las nuevas generaciones la experiencia y la sabiduría acumuladas a lo largo su vida. Este es un proceso que el psicoanalista Erik Erikson llamó generatividad. En todas las etapas de la vida, en condiciones óptimas, el intercambio armónico de dar y recibir es bello y enriquecedor.
Dentro de la ética médica, algo que en esta profesión también llamamos juramento hipocrático, cualquier tratamiento debe estar enfocado a curar, paliar o prevenir una patología. Por ejemplo, en el caso de déficits en la producción de la hormona del crecimiento, está justificado tratar a un menor con hormonas para que pueda crecer. Un ejemplo muy conocido es el del futbolista Lionel Messi. Ahora bien, dentro de la cuestión transgénero, y en la mayoría de los casos (salvo que haya una ambigüedad manifiesta en la anatomía y en otras características sexuales), tratar a menores con bloqueadores de la pubertad o con hormonas sexuales cruzadas puede dar lugar a daños irreversibles, y puede constituir una violación de principios deontológicos. Además, como psiquiatra, puedo decir que un menor difícilmente ha podido adquirir la suficiente capacidad mental para conocer en profundidad las implicaciones y secuelas de este tipo de hormonación, incluyendo sus efectos secundarios a corto, medio y largo plazo. En consecuencia, es muy complicado que el menor pueda dar consentimiento a una decisión de este calibre.
En Reino Unido, y tras un número considerable de casos judiciales, las autoridades del Servicio Nacional de Salud han tenido que suspender el llamado Servicio para el Desarrollo de la Identidad de Género (GIDS, en inglés) porque en el mismo, durante las dos últimas décadas, se ha estado sometiendo a menores (en algunos casos de edad tan temprana como los 10 años) a tratamientos hormonales sin salvaguardas. Esta práctica ha causado daños irreparables en el desarrollo físico y psicosocial de muchos de estos jóvenes, algunos de los cuales han manifestado que se equivocaron al querer cambiar de sexo, siendo tan jóvenes. Estas personas quieren ahora retroceder, pero ya no pueden. Confío que en España sea posible aprender o escarmentar en cabeza ajena.
Como profesional de la salud mental de orientación psicodinámica, soy partidario de emplear un enfoque exploratorio profundo y sin prejuicios, que tenga en cuenta la historia de apego interpersonal y grupal del joven. Es importante trabajar al unísono con estas personas para comprender mejor el proceso del desarrollo de su identidad sexual, aceptando su complejidad, valorando los múltiples factores que intervienen en el mismo (incluidos los culturales, tanto a nivel consciente como subconsciente) y tolerando la incertidumbre que dicho proceso pueda llevar consigo. La autorregulación emocional, la creación de un espacio para reflexionar antes de pasar a la acción, especialmente en un asunto de tanta envergadura como éste, es algo que siempre promuevo en mi trabajo como psiquiatra infanto-juvenil. Una intervención hormonal o quirúrgica de cambio de sexo no es lo mismo que hacerse una liposucción, y requiere ser sopesada con calma. También es muy importante evaluar en qué medida el deseo de cambiar de sexo pudiera estar eclipsando o encubriendo algunos frecuentes problemas de salud mental (aparentes o subyacentes) como el autismo, los trastornos alimenticios, la depresión, las conductas autolesivas o el estrés postraumático causado por el acoso escolar u otras formas de abuso, tanto a nivel escolar como social o familiar.
Hay aspectos de las llamadas leyes trans que son un avance considerable, tienen el lado positivo de proteger los derechos de las personas, en el trabajo y en la sociedad. A los de este colectivo, a menudo, se les ha llamado degenerados, lo cual es una violencia social que crea estigmas y puede llevar a la automutilación y hasta al suicidio. Como psiquiatra, no me gusta emplear la etiqueta diagnóstica disforia de género, porque contiene una carga peyorativa. Prefiero hablar de identidad sexual atípica (distinta de lo común). También es cierto que cuando un niño o un adolescente quiere pertenecer al género distinto de su sexo biológico, en bastantes casos, hay detrás problemas más amplios de salud mental no resueltos o dificultades en la construcción de la identidad personal. Desde el punto de vista de la salud, las leyes trans están mostrando faltas y lagunas notorias en su implementación, porque no garantizan de modo fehaciente la protección del menor. La salvaguarda de los derechos de todos y la protección del menor no tienen por qué ser incompatibles. El establecimiento de la identidad personal, incluyendo la identidad psicosexual, es complejo, multifacético y multidireccional. Pretender que un niño o un adolescente pueda tener consolidada su identidad personal por completo implica no entender la naturaleza del desarrollo humano. Por todo ello, es necesario que los políticos trabajen de forma coordinada con los profesionales de la salud (incluida la salud mental) y con los especialistas del desarrollo, a fin de optimizar el bienestar del menor y, por ende, de toda la población. ¿Cuántos legisladores conocen a fondo las vicisitudes del apego y de nuestro desarrollo a lo largo de la vida?
El largo período de esta pandemia ha sido muy difícil para todos, sobre todo para los países y los grupos más vulnerables y para las personas con historias de apego inseguro. Continuaremos pagando las consecuencias durante mucho tiempo. Los adolescentes y la gente joven, por las características específicas de su etapa de desarrollo, tienen una necesidad imperiosa de establecer nuevos apegos y conexiones sociales y de formar parte de un grupo de pares. Para ellos, la pandemia ha resultado especialmente dura a nivel psicológico. Para los ancianos el resultado ha sido trágico, cruel. La pandemia ha expuesto unas estructuras sociosanitarias deficientes y ha sacado a la superficie una enfermedad social endémica, el edadismo: la discriminación y marginalización de las personas mayores por motivo de su edad. También nos hemos dado cuenta de que, en situaciones de emergencia como ésta, el apego interpersonal es insuficiente y debe ser complementado por el apego grupal: el grupo, la comunidad y, en última instancia, la sociedad debe constituirse en una base suficientemente segura para proteger a todos los ciudadanos. Para que esto sea posible, necesitamos disponer de recursos adecuados, a nivel social, económico y de salud pública.
Sin duda, las redes sociales contribuyen a que varios aspectos de nuestras vidas resulten más gratos. Sin embargo, las han reducido considerablemente el tiempo que dedicamos a relaciones cercanas, cara a cara, y han creado una ilusión de intimidad. Los artilugios digitales son eficaces para establecer contactos de modo instantáneo, compartir información, avanzar en el conocimiento científico, familiarizarnos con otras culturas y realizar transacciones comerciales. Pero no son tan eficientes con miras a profundizar en las relaciones íntimas y, desde luego, no pueden sustituirlas. De manera óptima, la tecnología digital debería utilizarse para mejorar nuestras relaciones de apego en lugar de pretender reemplazarlas. Muchas de estas personas se encuentran solas durante buena parte de las horas que están conectadas a la red. A pesar de esta conexión digital masiva, una cuarta parte de los británicos se siente desconectada emocionalmente de los demás, mientras que una tercera parte no se siente conectada a la comunidad en la que vive. Confío que los datos de este estudio nos ayuden a reflexionar sobre qué cosas deberían ser realmente más trascendentes en la vida.
Artículo escrito por: Xavier Moraleda Orozco
Medio: La Vanguardia
Desde Adipa, comunicamos que esta entrevista fue publicada con el consentimiento del autor.
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