Mg. Ps. Viviana Venegas
Magíster en Psicología Clínica; Diagnóstico y técnicas...
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En esta nueva edición de columnas de opinión, la destacada docente y profesional, Mg. Ps. Viviana Venegas, explorará la proliferación de Internet en el mundo y su influencia en la forma en que niños, niñas y adolescentes se presentan ante la sociedad.
Internet se visualiza como una herramienta democratizadora que permite cultivar aspectos relacionados al conocimiento, acercarnos a información como apoyo a materias escolares, como herramienta de investigación, acceso a bibliotecas y material educativo en general, pero no solo a ello, sino que también al entretenimiento por medio de acceso a plataformas de streaming, videojuegos en líneas y socialización por medio de diversas redes sociales (Trucco,Palma, Eds. 2020), entre otras funciones.
En Latinoamérica, los teléfonos inteligentes han facilitado el acceso de la población a Internet y se estima que cerca del 70% de las personas en el año 2017 contaban con cobertura, estimándose un aumento al 80% en el 2020 (UNICEF). Por lo tanto, es innegable nuestra relación con estas herramientas.
En específico en los más jóvenes, el acceso también ha permeado de manera considerable los últimos años. Según datos publicados por UNICEF (2023), en México, por ejemplo, se estima que un 50% de niños y niñas entre 6 y 11 años son usuarios de Internet, mientras que entre el 80-94% lo son entre los 12 a los 17 años. En el caso de Chile, el 58% de los niños, niñas y adolescentes obtiene su primer celular con Internet antes de los 10 años de edad, y de estos, el 87% cuenta con su propio dispositivo móvil con acceso a Internet.
La pandemia y la necesidad de conectar a los más pequeños con el mundo escolar favoreció este proceso de masificación del acceso a Internet, y con ello, a las redes sociales. Si bien el uso de pantallas y el acceso a contenido online por parte de niños y niñas cada vez más jóvenes ha ido progresivamente aumentando el debate en virtud de diversas implicancias que esta relación puede generar, es innegable que hoy es una realidad. Por lo tanto, parece relevante conocer las conductas que los más jóvenes tienen en virtud de los usos que se dan al Internet y el impacto en sus vidas.
Para esto, es interesante mirar primero los usos que se le asignan y cuáles son las plataformas a las cuales con mayor frecuencia acceden los niños y adolescentes. Según datos de UNICEF en Chile, las más utilizadas, en orden de mayor uso, son: WhatsApp, TikTok, plataformas de música, Youtube, Google e Instagram. También, aparecen más abajo el uso de plataformas de juegos en línea y videos como Discord (UNICEF, 25 abril 2023).
Estos datos nos muestran que se ha generado un cambio sin precedentes en cómo niños, niñas y adolescentes acceden a la información, se relacionan con el conocimiento, con la entretención y la socialización, mediado por el acceso a Internet, abriendo puertas a la globalización nunca antes vista.
Uno de los aspectos que ha generado más interés es el uso de las redes sociales. La popularidad de estas plataformas ha crecido, especialmente desde principios de los años 2000, ofreciendo la oportunidad de conectar con amigos, socializar e integrarse en grupos que, fueron adoptando formatos de comunidades que usualmente se organizan por intereses, volviéndose parte del día a día de la vida de los más jóvenes (BOYD, 2014).
Hoy en día, la participación, sobre todo de los adolescentes en las redes sociales, no es excepcional, sino más bien esperable, ya que les permite acceso a muchos espacios públicos y, por lo tanto, se configuran como nuevos espacios sociales de interacción y subjetividad. Este proceso facilitado y potenciado, como ya se expuso, por la necesidad de conexión experienciada durante el periodo de confinamiento en la pandemia y la facilitación al acceso que se ha producido los últimos años.
En estos nuevos (o no tan nuevos) espacios, los adolescentes extienden su placer por conectar con otros, amigos, conocidos y personas de su misma edad en general, a través de las redes sociales y así mantenerse conectados a través de ellas.
Esta forma de relacionarse ha traído nuevos retos a los niños, niñas y adolescentes, y, sobre todo, al mundo adulto que mira con desconfianza y temor este fenómeno.
Si bien se ha generado un aumento significativo en la producción de investigación al respecto (sobre todo en relación al impacto de la exposición a pantallas y la salud mental), se ha evidenciado la poca información consistente sobre el impacto de este formato de socialización en el desarrollo humano.
Acá aparecen otros desafíos relevantes que se relacionan con las tareas propias del desarrollo en la adolescencia, que tienen que ver directamente con la identidad y la socialización, en un mundo en que la digitalización es parte de la conexión con otras personas a nivel global.
El autoconcepto y autoestima son elementos relevantes en el desarrollo de la identidad a lo largo de la infancia y la adolescencia. Ya en la etapa escolar, los niños y niñas integran de manera más consciente, realista y equilibrada una imagen de sí mismo, la que se nutre de manera relevante a través de su interacción con otros en los espacios sociales diferentes de la familia, donde practican sus habilidades sociales y la capacidad de establecer relaciones de intimidad afectiva (Papalia & Feldman, 2012).
Por lo tanto, la posibilidad de interactuar con otros niños y niñas les permite hacer juicios más realistas sobre sus propias habilidades. Los grupos de pares colaboran en poder aprender a relacionarse en sociedad (Papalia y Feldman, 2012). En este contexto, no solo aprenden a comprender cuáles son sus herramientas sociales, sino también aprenden sobre discriminación, límites y actitudes hacia otros, inclusivas y excluyentes. Estos fenómenos ya han sido ampliamente estudiados por teóricos del desarrollo.
¿Esto qué implica? Que, innegablemente, a medida que van creciendo y en virtud de las relaciones con otros, niños y niñas van desarrollando su autoestima y autoconcepto en constante interacción, obteniendo refuerzos del medio en el que se mueven.
Hace 20 años o más, los únicos espacios donde los niños interactuaban eran en la realidad, se daban en contexto cara a cara, situación que ha ido cambiando dramáticamente. Esto nos ha obligado a los profesionales que trabajamos con infancia, y a los padres y cuidadores, poder mirar cuáles son estos nuevos espacios en que se mueven e interactúan los niños y adolescentes y cuál es su eventual impacto en el desarrollo.
En este sentido, hoy en día, las redes sociales se constituyen en uno de los espacios por excelencia de interacción y un elemento fundamental que permite autodefinirse e identificarse, delineando la identidad y permitiendo experimentar diferentes aspectos de la misma, con características particulares que se definen en torno al alcance que tiene esta información. Por ejemplo, en la creación de perfiles en las redes, en los sistemas de privacidad y control de quien recibe la información, en aquello relativo a los tiempos de retroalimentación, que son diferentes a los de la interacción cara a cara, e inclusive el lidiar con el anonimato (Del Prete &Rendón, 2016).
No debemos olvidar que, sobre todo en la adolescencia, hay una búsqueda del sentido de pertenencia, de aceptación y de reconocimiento, a través de los cuales la identidad y la subjetividad son negociadas permanentemente (Garcia , 2012 En: Del Prete & Rendon, 2016). Se convierten en un “acto performativo”, es decir, un despliegue de elementos que permiten conformar una imagen para los otros en virtud en el espacio en que se mueven.
Por ejemplo, cuando los adolescentes crean perfiles a través de las redes sociales, o avatares en los juegos, navegan simultáneamente en entornos extraordinariamente públicos y espacios de amistad más íntimos. Su autorrepresentación se construye a través de lo que brindan explícitamente, a través de lo que comparten sus amigos y cómo otras personas les responden (Boyd, 2014).
Entonces, como ya se ha mencionado previamente, lo que antes se circunscribía a espacios como la escuela, la familia o el barrio, hoy está conectado con todas las posibilidades que entrega el mundo globalizado, lo que parece abrumador.
Uno de los grandes riesgos visualizados desde el mundo adulto, tiene que ver con la diferenciación que pueden realizar los jóvenes de lo público y lo privado. Si bien, usualmente los adolescentes logran adecuarse a los contextos en que se relacionan (a pesar de existir el prejuicio de que no es así), esto ciertamente afecta la forma en que se retratan a sí mismos en las diversas redes sociales que utilizan. Hay elementos interesantes al respecto relatados en el libro de Diana Boyd, It ́s Complicated.
Boyd describe cómo los adolescentes deben decidir cómo presentarse ante estas “audiencias invisibles”, es decir, con aquellos que no conocen en persona, o inclusive que nunca conocerán, de aquellos que poco participan en las redes y olvidamos que están ahí, de los que no publican o “reaccionan”, es más difícil regular sus contenidos y lo que postean porque no siempre se tiene conciencia respecto de quienes son su audiencia y, por lo tanto, adecuar su conducta.
La autora menciona, por ejemplo, que cuando los adolescentes crean perfiles a través de las redes sociales, navegan simultáneamente en entornos extraordinariamente públicos y espacios de amistad más íntimos.
Los estudios que han comenzado a sistematizar esta experiencia en los últimos 10 años, desde aquí hay algunas propuestas respecto de la relación entre las redes sociales y la identidad, que se podrían sistematizar en 4 elementos en desarrollo de la identidad: La continuidad y coherencia del sí mismo, la exploración de roles, la autopresentación, y la validación (Lardies & Potes, 2022), todos con elementos positivos y de riesgos que se pueden asociar.
Por ejemplo, la validación se puede ver reforzada de manera positiva por medio de la identificación con pares y grupos de pertenencia en diversos espacios virtuales, que pueden estar asociados a pasatiempos o intereses comunes, versus la búsqueda de aprobación constante por medio de reacciones o likes, o en elementos de la autopresentación, donde los jóvenes pueden explorar y ajustar la forma en que se muestran a los otros, y en contraposición, pueden quedar expuestos elementos de la privacidad y la conciencia de quien realmente ve los perfiles (Lardies & Potes, 2022).
Si pensamos en que cada vez que posteamos, comentamos o reaccionamos en una red social, deberíamos tener en cuenta estos factores, sería muy difícil considerarlos todos en su real magnitud, incluso para nosotros los adultos. Por lo tanto, estas nuevas formas de interactuar y comunicarse con otros necesariamente conlleva un proceso de socialización, no olvidando que en la etapa adolescente prevalece la necesidad de ser aceptados, de ser parte de una discurso común, pero en un contexto donde las fronteras entre lo real y virtual se conectan, como un continuo entre ambos mundos (del Prete y Redon, 2020).
En un estudio realizado en Chile a población escolar, se pudo visualizar que, en general, los adolescentes logran comprender las reglas del juego, es decir, entender que hay espacios donde deben desplegar habilidades de adecuación, ajustar privacidad, entre otras (Del Prete &Rendon, 2020). En la interacción en redes sociales, por lo tanto, en general, comprenden las normas sociales en el mundo virtual.
No podemos negar la necesidad básica de los adolescentes de generar sentido de pertenencia y retroalimentación positiva por medio de las interacciones sociales, y tampoco, que esto es parte fundamental del desarrollo identitario, consecuentemente hoy las redes sociales son un espacio más de interacción y tenemos que visibilizar entonces, que sí tiene un impacto en su desarrollo y en cómo construyen su identidad.
El desafío, entonces, radicaría en cómo reconociendo este espacio, como parte de las formas de interacción habituales de los adolescentes, logramos reconocer el rol modelador y regulador que ostentamos, y cómo esto puede marcar de manera significativa las conductas que validamos y reforzamos en los niños, niñas y adolescentes.
No debemos olvidar que, en gran parte, somos nosotros los adultos quienes damos acceso a Internet y socializamos a los niños, niñas y adolescentes por primera vez en el uso de redes. Inclusive, somos quienes creamos sus primeros perfiles en estos medios y permitimos o limitamos el acceso a contenidos.
La forma en que los niños, niñas y adolescentes se relacionan con las redes sociales y con quienes interactúan por ese medio, requieren de la misma supervisión y acompañamiento que cualquier otra conducta de socialización, como la enseñanza de límites, valores, el autocuidado, visualización de riesgos y la comunicación constante. Estos elementos son relevantes en cómo los adultos entregamos herramientas para que los más jóvenes se relacionen con el mundo externo, bajo una mirada de autonomía progresiva.
Lo más importante es comprender que debemos acompañar este proceso, orientar, y generar espacios de comunicación y supervisión en un mundo altamente demandante, que requiere de la adaptación de todos nosotros, desde una mirada afectiva, comprensiva y empática, acompañando el proceso de manera cercana y orientando frente a la complejidad del mundo actual.
Queda pendiente entender y preguntarnos entonces cómo genera impacto la relación con otros de diferentes culturas, como se relaciona esto con el sentido de pertenencia, como el factor de la permanencia de la información afectará en el desarrollo de estas generaciones, teniendo hoy mayor conciencia que aquello que se dijo, o se hizo las redes sociales “no lo olvidan”, o cuál será el impacto en el desarrollo de las habilidades sociales.
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