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¿Qué es la parentalidad positiva y cómo trabajarla?

La parentalidad positiva es una de las claves fundamentales para el bienestar emocional, social y cognitivo de niños, niñas y adolescentes. Este enfoque de crianza, basado en el respeto, el afecto y la orientación clara, no sólo mejora la relación familiar, sino que promueve entornos seguros y estimulantes para el desarrollo integral de la infancia.

Contenido

  1. ¿Qué es la parentalidad positiva?
  2. Principios de la parentalidad positiva
  3. ¿Qué diferencia a la parentalidad positiva de otros enfoques de crianza?
  4. ¿Cómo trabajar la parentalidad positiva?
  5. El rol de la parentalidad positiva en el desarrollo infantil
  6. Desafíos en la parentalidad positiva
  7. Conclusión
  8. Bibliografía
¿Qué es la parentalidad positiva y cómo trabajarla?

La parentalidad es una de las funciones más significativas y complejas en el ciclo vital de las familias. Para los profesionales de la salud mental, la educación y la intervención social, comprender los pilares de una crianza saludable permite no sólo apoyar mejor a madres, padres y cuidadores, sino también prevenir problemas emocionales, conductuales y vinculares en niños, niñas y adolescentes. En este contexto, la parentalidad positiva emerge como un enfoque basado en evidencia que promueve vínculos seguros, disciplina respetuosa y una participación activa en el desarrollo infantil.

Esta noticia, elaborada en colaboración con Mg. Ts. Carol Bettiz, profundiza en los fundamentos, aplicaciones y desafíos de la parentalidad positiva, integrando orientaciones prácticas para quienes trabajan en el fortalecimiento de las habilidades parentales.

¿Qué es la parentalidad positiva?

La parentalidad positiva se define como un modelo de crianza que prioriza el bienestar del niño o la niña, a partir del respeto de sus derechos, el establecimiento de vínculos afectivos seguros y la ausencia de violencia en las interacciones familiares. Implica construir relaciones donde el afecto, la comunicación empática y los límites claros coexisten como ejes complementarios.

Como señala Mg. Ts. Carol Bettiz, Magíster en Intervención Socio Jurídica en Familia y Perito Social Forense, la disciplina en este enfoque “no es sinónimo de castigo, sino más bien de enseñar habilidades. Los pilares se sostienen en el respeto mutuo, la comunicación efectiva y en comprender el mundo del niño, niña o adolescente, enfocándose en soluciones y no en sanciones”.

Este enfoque no se limita a la corrección de conductas; su propósito es fomentar el desarrollo integral del menor desde un entorno seguro y estimulante. En esta línea, los progenitores que ejercen la parentalidad positiva se caracterizan por su implicación activa, su capacidad de adaptación a las necesidades individuales de sus hijos e hijas y su disposición para aprender y autorregularse en su rol.

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Lejos de ser una utopía educativa, esta propuesta ha demostrado tener efectos preventivos y protectores frente a conductas de riesgo, como el consumo problemático de sustancias o el abandono escolar. Para ello, es fundamental trabajar en el fortalecimiento de las competencias parentales desde una mirada multidimensional, incluyendo aspectos emocionales, educativos, vinculares y organizacionales.

Principios de la parentalidad positiva

Los cinco principios de la parentalidad positiva —respeto, apego, disciplina positiva, proactividad parental y liderazgo empático— conforman un marco sólido para orientar la intervención profesional y la formación de cuidadores.

Respeto

El respeto se manifiesta en la validación de las emociones, ideas y decisiones de niños y niñas, reconociéndolos como sujetos de derecho con voz propia. Lejos de implicar una permisividad total, este principio se expresa en la escucha activa, la comunicación clara y el establecimiento de límites con sentido, siempre considerando la perspectiva del niño o niña.

Desde la práctica profesional, fomentar el respeto en la parentalidad requiere enseñar a las familias a dialogar sin amenazas, evitar comparaciones y validar la diferencia. Un entorno familiar respetuoso ofrece a los menores un modelo relacional que favorece su autoestima, su empatía y su capacidad de negociación en otros contextos sociales.

Apego

El apego, entendido como el lazo afectivo profundo entre cuidadores y menores, es una base segura desde la cual los niños pueden explorar el mundo. La parentalidad positiva enfatiza la creación de un apego cálido y estable, mediante el contacto físico afectuoso, la presencia sensible y la coherencia emocional de las figuras parentales.

En las intervenciones profesionales, es crucial identificar situaciones de apego inseguro o ambivalente que puedan afectar la regulación emocional del menor. En este sentido, la promoción del apego positivo implica acompañar a las familias en la construcción de rutinas predecibles, la expresión verbal del cariño y el sostén en situaciones de conflicto sin condicionar el afecto.

Disciplina positiva

A diferencia de los métodos punitivos o autoritarios, la disciplina positiva busca guiar la conducta infantil a través de normas claras, consistencia y consecuencias proporcionadas. Este principio se basa en la enseñanza de la autorregulación, el desarrollo del pensamiento crítico y el fortalecimiento del sentido de responsabilidad en NNA.

Bettiz advierte que “el momento en que ocurre un evento estresor no es el indicado ni para el niño ni para el adulto de reflexionar y enseñar. En ese instante existen altos niveles de estrés y cortisol, y la mente y el cuerpo no aprenden en estado de alerta, solo se defienden. Primero se debe validar lo que se está sintiendo, y luego, en un momento distinto, abordar lo ocurrido”.

Los programas de parentalidad positiva ofrecen herramientas para implementar este tipo de disciplina, como el uso del refuerzo positivo, la anticipación de normas y el modelado de conductas. Desde lo clínico o educativo, es importante apoyar a los cuidadores en la construcción de límites coherentes, adaptados a la etapa evolutiva y comunicados sin ambigüedades.

Proactividad parental

Este principio se refiere a la disposición de madres, padres y cuidadores para formarse, observar activamente a sus hijos e hijas y adaptar su forma de crianza. Ser proactivos implica reconocer las emociones detrás de las conductas, anticiparse a conflictos y mantenerse en un aprendizaje continuo sobre el desarrollo infantil.

La proactividad también supone autoconciencia y autorreflexión. Desde la perspectiva profesional, se recomienda promover espacios de acompañamiento grupal o individual donde los cuidadores puedan reflexionar sobre su estilo de parentalidad y fortalecer su sentido de autoeficacia.

Liderazgo empático

El liderazgo empático define la capacidad del adulto de guiar con firmeza, pero desde la comprensión emocional. Se trata de ejercer una autoridad que inspire confianza y seguridad, sin recurrir a la imposición ni al control punitivo.

Desde la práctica profesional, fomentar este tipo de liderazgo implica enseñar a los cuidadores a leer las señales emocionales de sus hijos, responder de forma sensible y establecer una relación donde el niño o niña se sienta visto, comprendido y contenido.

¿Qué diferencia a la parentalidad positiva de otros enfoques de crianza?

A diferencia de modelos autoritarios, permisivos o negligentes, la parentalidad positiva se sustenta en un equilibrio entre afecto y estructura. No basta con brindar amor incondicional; es necesario acompañarlo de límites, autonomía progresiva y presencia activa.

Mientras que otros enfoques pueden centrarse exclusivamente en la corrección conductual o en la satisfacción inmediata del NNA, la parentalidad positiva integra el desarrollo emocional, social y cognitivo en un marco de derechos, participación y co-regulación afectiva.

Además, este enfoque reconoce la diversidad familiar y evita aplicar recetas universales. Cada familia puede construir su propia forma de ejercer la responsabilidad parental, siempre que se respeten los principios fundamentales de protección, cuidado y respeto por la infancia.

Desde la perspectiva profesional, uno de los principales aportes de este modelo es su capacidad de adaptarse a distintas realidades socioculturales, permitiendo que los programas de parentalidad positiva se integren a políticas públicas, intervenciones escolares y prácticas clínicas.

¿Cómo trabajar la parentalidad positiva?

Implementar la parentalidad positiva exige una intervención estructurada, reflexiva y adaptada a las características de cada familia. A continuación, se presentan estrategias prácticas clave para fortalecer este enfoque en contextos clínicos, educativos o comunitarios:

  • Favorecer la formación continua de madres, padres y cuidadores: las habilidades parentales no son innatas: deben desarrollarse. Promover el acceso a talleres, programas de parentalidad positiva o espacios psicoeducativos facilita el aprendizaje de herramientas basadas en evidencia.
  • Fortalecer la comunicación familiar: enseñar técnicas de escucha activa, validación emocional y resolución de conflictos mejora la calidad del vínculo y permite abordar tensiones sin recurrir a la violencia o al castigo.
  • Promover rutinas estructuradas y seguras: ayudar a las familias a establecer horarios predecibles, normas claras y límites consistentes fortalece la sensación de seguridad en los niños y niñas, y facilita su regulación emocional y conductual.
  • Acompañar el desarrollo del apego seguro: fomentar expresiones afectivas abiertas, disponibilidad emocional y contención ante situaciones difíciles refuerza la base del vínculo, esencial para el desarrollo infantil.
  • Modelar comportamientos prosociales: invitar a madres, padres o cuidadores a observar su propio estilo relacional y ofrecer alternativas basadas en el respeto, la empatía y el liderazgo positivo.
  • Trabajar la autorreflexión parental: estimular espacios donde los adultos puedan analizar sus reacciones, expectativas, creencias y emociones frente a la crianza. Esto refuerza su sentido de autoeficacia y su capacidad de adaptación.
  • Diseñar intervenciones personalizadas: cada familia tiene necesidades distintas. Es fundamental adaptar las estrategias del programa de parentalidad positiva al contexto sociocultural, nivel educativo y etapa del desarrollo de los hijos e hijas.
  • Involucrar activamente a los cuidadores principales: fomentar el compromiso de todas las figuras significativas para asegurar coherencia en la aplicación de normas y criterios educativos, lo que da mayor solidez a la crianza.
  • Facilitar redes de apoyo: acompañar a las familias en la búsqueda de grupos de crianza, servicios comunitarios o apoyo terapéutico puede aliviar el estrés parental y sostener los cambios a largo plazo.

El rol de la parentalidad positiva en el desarrollo infantil

La evidencia muestra que la parentalidad positiva tiene un impacto profundo en el desarrollo emocional, social y cognitivo de niños, niñas y adolescentes:

  1. En el plano emocional, favorece la formación de una autoestima saludable, la gestión adaptativa de emociones y la construcción de una identidad segura.
  2. En el plano social, los niños criados bajo este enfoque tienden a desarrollar mayores habilidades de empatía, cooperación y resolución de conflictos. Esto les permite establecer vínculos sanos con sus pares y con figuras adultas, tanto dentro como fuera del entorno familiar.
  3. En el plano cognitivo, la parentalidad positiva estimula el desarrollo del lenguaje, el pensamiento crítico y la curiosidad intelectual. Al ofrecer oportunidades de exploración y aprendizaje activo, y al acompañar de manera sensible sus logros y frustraciones, los cuidadores fortalecen funciones ejecutivas claves para el desempeño académico y la autonomía personal.

Los efectos de este enfoque no sólo son visibles en la infancia; también se proyectan en la adolescencia y en la vida adulta, con menores niveles de ansiedad, mayor resiliencia y una mayor capacidad para establecer vínculos afectivos saludables.

Desafíos en la parentalidad positiva

La implementación de la parentalidad positiva conlleva múltiples beneficios, pero también presenta retos significativos que deben ser abordados en el trabajo profesional. A continuación, se enumeran los principales desafíos detectados en la práctica clínica, educativa y comunitaria:

Desafío Descripción

Manejo del comportamiento desafiante en niños, niñas y adolescentes

Afrontar conductas disruptivas sin recurrir a métodos punitivos exige un alto nivel de autorregulación emocional por parte del adulto, así como el dominio de estrategias de disciplina positiva y comunicación efectiva.

Estrés parental y sobrecarga emocional

Las exigencias laborales, económicas y domésticas pueden afectar la salud mental de los cuidadores, debilitando su capacidad para sostener una crianza respetuosa y afectiva. La falta de autocuidado y de redes de apoyo incrementa este riesgo.

Desacuerdos entre figuras parentales

Cuando los cuidadores no comparten criterios sobre límites, normas o estilos educativos, se generan incoherencias que afectan la contención y la seguridad emocional del menor. Es fundamental trabajar la alineación de estrategias en parejas o familias extensas.

Condiciones sociales adversas

Factores estructurales como la pobreza, la violencia, la inseguridad habitacional o la exclusión social pueden dificultar la aplicación sostenida de los principios de la parentalidad positiva, especialmente en contextos de alta vulnerabilidad.

Resistencia al cambio o a cuestionar creencias aprendidas

Algunas prácticas de crianza basadas en el autoritarismo, el castigo físico o la invalidación emocional están profundamente naturalizadas. Transformarlas requiere un proceso progresivo de reflexión, acompañamiento técnico y acceso a modelos alternativos.

Falta de acceso a programas de apoyo profesional

En muchos territorios, las familias no cuentan con instancias accesibles y sostenidas que les permitan formarse en habilidades parentales o recibir orientación especializada. El fortalecimiento de políticas públicas en esta área sigue siendo un desafío pendiente.

Conclusión

La parentalidad positiva representa un modelo de crianza fundamentado en la evidencia que promueve el desarrollo integral de niños, niñas y adolescentes a través del afecto, el respeto mutuo, la contención emocional y el establecimiento de límites claros. Para los profesionales del ámbito de la psicología, educación y trabajo social, este enfoque no sólo ofrece una guía teórica sólida, sino también herramientas prácticas para acompañar a las familias en la mejora de sus habilidades parentales y en el ejercicio consciente de su responsabilidad parental.

Si bien su implementación puede presentar desafíos —como la gestión del estrés, la resistencia al cambio o las condiciones sociales adversas—, existen estrategias concretas que permiten abordar estas dificultades de manera efectiva. La clave está en trabajar de forma articulada, sensible al contexto y centrada en las fortalezas de cada familia.

Por último, la experta propone preguntas guía para padres y madres: “¿Cómo puedo ayudar a mi hijo a sentirse competente y con sentido de pertenencia? ¿Cómo enseñarle respeto siendo respetuoso? ¿Cómo usar los problemas como oportunidades de aprendizaje?”. Sugiere también ocho claves prácticas: involucrar al niño en rutinas, dar opciones limitadas, usar el sentido del humor, entrar en su mundo, cumplir con amabilidad y firmeza lo que se promete, ser paciente (“paz-ciente”), actuar en lugar de hablar y aceptar la naturaleza única de cada hijo o hija.

Bibliografía

Subsecretaría de la Niñez, Ministerio de Desarrollo Social y Familia de Chile. (2018). Prevenir en cuarentena y en familia. Gobierno de Chile.

UNICEF. (2024, 26 de abril). Parentalidad positiva: qué es y cómo trabajarla. UNICEF España. https://www.unicef.es/parentalidad-positiva

Urra Portillo, J. (s.f.). Guía de parentalidad positiva. Programa Recurra Ginso. https://recurra.ginso.org/

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