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Dormir para estar bien: el vínculo entre sueño y la salud mental

En esta columna de opinión, el psicólogo y especialista en neuropsicología Jaime Olivos reflexiona sobre cómo el sueño, lejos de ser un lujo, constituye un pilar esencial para la salud mental. A partir de la evidencia científica más reciente, analiza las consecuencias emocionales y cognitivas de dormir menos de lo necesario.

Contenido

  1. El sueño como piedra angular
  2. Una epidemia de insomnio silencioso
  3. El cerebro sin descanso
  4. Adolescentes: dormir para crecer
  5. Adultos jóvenes: el sueño como termómetro mental.
  6. ¿Qué podemos hacer?
  7. Más allá de dormir bien
  8. Reflexión final
Dormir para estar bien: el vínculo entre sueño y la salud mental

Dormir no es un lujo ni una pérdida de tiempo: es una necesidad biológica. Sin embargo, en jóvenes y adultos jóvenes, el sueño es uno de los primeros sacrificados frente a la vida académica, laboral o digital. El problema es que cada hora de sueño pérdida tiene un costo que va mucho más allá del cansancio: impacta directamente en la salud mental y el cerebro.

El sueño como piedra angular

La ciencia ha demostrado en los últimos años que la relación entre sueño y bienestar emocional no es casual, sino bidireccional: dormir mal aumenta el riesgo de depresión y ansiedad, y a su vez estos trastornos dificultan el descanso, creando un círculo vicioso.

Una epidemia de insomnio silencioso

Las cifras hablan solas. En un estudio con jóvenes adultos, publicado en Sleep Medicine (Vestergaard et al., 2024), se encontró que quienes dormían menos de 8 horas presentaban el mayor riesgo de desarrollar problemas de salud mental, mientras que dormir entre 8 y 9 horas se asociaban con el menor riesgo. En otras palabras: la “dosis segura” de sueño es clara, pero la mayoría de los jóvenes no la alcanza.

En adolescentes, una revisión publicada en Frontiers in Neuroscience (Chai et al., 2024) demostró que la privación de sueño se relaciona consistentemente con un mayor riesgo de depresión y ansiedad. Además, los investigadores resaltan que la adolescencia es una etapa especialmente vulnerable porque el cerebro se encuentra en pleno desarrollo.

Un metaanálisis de Bacaro et al.(2024) en la Revista de Psiquiatría y Salud Mental analizó estudios longitudinales y concluyó que los problemas de sueño predicen síntomas emocionales en el tiempo. Es decir, no dormir bien hoy puede convertirse en ansiedad o depresión mañana.

El cerebro sin descanso

Desde la neurociencia, el impacto del sueño se explica a través de los circuitos emocionales del cerebro. Un estudio de Hansen et al. (2024), mostró que la privación de sueño reduce la conectividad entre la amígdala (centro de alarma emocional) y la corteza prefrontal medial (encargada de regular esas emociones). Dicho en simple: cuando dormimos poco, el “freno” del cerebro pierde eficacia frente al “acelerador emocional”. Esto explica por qué después de una noche en vela reaccionamos con más irritabilidad, ansiedad o tristeza.

Además, dormir poco altera la regulación de neurotransmisores como la serotonina y el GABA, fundamentales para mantener la calma y el equilibrio emocional. La privación crónica de sueño también afecta la plasticidad del hipocampo, la región clave para la memoria y el aprendizaje, lo que significa que no solo sufrimos emocionalmente, sino también cognitivamente.

Adolescentes: dormir para crecer

Durante la adolescencia, el cuerpo necesita entre 8 y 10 horas de sueño cada noche. Sin embargo, estudios muestran que más del 70% de los adolescentes duerme bastante menos de eso. Entre las causas destacan el uso nocturno de pantallas, horarios académicos tempranos y altos niveles de estrés.

La consecuencia es doble: por un lado, problemas de concentración y bajo rendimiento escolar; por otro, un mayor riesgo de ansiedad, depresión e incluso ideación suicida (Yang et al., 2025, Journal of Affective Disorders
Reports). Este estudio también halló que pasar tiempo al aire libre podía mitigar parte del riesgo, recordándonos que la exposición a la luz natural es un regulador esencial del ritmo circadiano.

Adultos jóvenes: el sueño como termómetro mental.

En adultos jóvenes, el sueño funciona como un barómetro de salud mental. Las dificultades para conciliar o mantener el sueño suelen ser de los primeros síntomas de ansiedad o depresión. Pero también ocurre lo contrario: un patrón crónicamente reducido de sueño aumenta la vulnerabilidad a desarrollar estos trastornos.

Lo interesante es que mejorar el sueño puede tener efectos terapéuticos: programas de higiene del sueño, como limitar pantallas antes de dormir, mantener horarios regulares y crear un ambiente propicio para descansar, se han mostrado efectivos para disminuir síntomas de ansiedad y depresión.

¿Qué podemos hacer?

La evidencia científica apunta a medidas claras y aplicables:

mejorar el sueño adipa

Fuente: Creación Propia, 2025

Más allá de dormir bien

El sueño es un reflejo de cómo vivimos. La falta de descanso no es solo un síntoma aislado: es un indicador de que estamos llevando a nuestro cerebro a un límite. Reconocer el valor del sueño es también reconocer que la salud mental requiere condiciones básicas para florecer.

En un mundo que premia la productividad constante, dormir lo suficiente se convierte en un acto de resistencia y autocuidado. Y si pensamos en salud pública, invertir en programas que mejoren el sueño en adolescentes y adultos jóvenes es una de las formas más costo-efectivas de prevenir ansiedad y depresión.

Reflexión final

Dormir es mucho más que cerrar los ojos. Es permitir que el cerebro se repare, que las emociones se reordenen y que el cuerpo se prepare para un nuevo día. La neurociencia nos enseña que cada hora de sueño perdida afecta nuestras conexiones neuronales, nuestra regulación emocional y nuestra capacidad de aprender.

En tiempos donde la ansiedad y la depresión se multiplican, tal vez la invitación más simple y más poderosa sea esta: volver a darle al sueño el lugar que merece.

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